Triangulo de Davis

En el Triángulo de Davis (Fig. 1) están presentes los 3 elementos necesarios que se necesita tener en cuenta para hacer un uso correcto de los antibióticos ante todo proceso infeccioso.
Para seleccionar el antimicrobiano óptimo, ademas de la dosis apropiada, la vía de administración ideal y la duración del tratamiento, hay que tener en cuenta ciertos aspectos del paciente y la localización de la infección.
Para que el tratamiento antibiótico sea completamente eficaz es necesario aislar al microorganismo causal e identificar su sensibilidad a los antimicrobianos (antibiograma), o bien, tener en cuenta ambos elementos con base en el cuadro clínico; sin embargo lo que más frecuentemente ocurre cuando un médico se enfrenta a un enfermo es que no tiene ninguna de las dos cosas a tener en cuenta.

El médico por lo general inicia el tratamiento con antimicrobianos de forma empírica y, aunque conozca el tipo de microorganismo causal, debe seleccionar los fármacos sin contar con información específica de sensibilidad.

Existen varias situaciones en que es necesario emprender el tratamiento empírico de inmediato:

Cuando la infección pone en peligro la vida del enfermo;
Cuando una infección poco peligrosa tiende a agravarse porque el tratamiento se retrasa hasta obtener los resultados del cultivo.

Si se sospecha el microorganismo causal, el tratamiento es relativamente simple y el riesgo de un fracaso terapéutico es muy bajo. Por ej. La meningitis con una respuesta de polimorfonucleares en el líquido cefalorraquídeo (supuestamente bacteriana) o con datos clínicos sugestivos de shock séptico obliga a emprender un tratamiento empírico inmediatamente después de tomar la muestra para cultivos.

En todos los casos se ha de tener presente el mapa microbiológico del lugar donde se encuentra el médico y el enfermo.

Al referirnos al antibiótico en cuestión hay que tener presente en primer lugar la vía de administración la que dependerá de la gravedad del paciente; por tanto en un enfermo donde su vida peligra se impone el uso de la vía intravenosa (IV); por el contrario en el caso en que esta situación no sucede es preferible la utilización de la vía oral (VO), sobre todo en el momento actual que existe un sin número de productos que administrados por esta vía resuelven innumerables situaciones.

Otro aspecto a tener en cuenta es la dosis a administrar del fármaco en cuestión; por lo que es necesario abandonar de una vez y por todas la práctica anticientífica de prescribir desconociendo la dosis en miligramos (mg) por kilogramos (kg.) de peso y el tiempo de vida media, lo que nos permitirá un intervalo de dosis que garantice niveles sanguíneos adecuados durante el tratamiento.

La penetración del antibiótico en los tejidos y líquidos orgánicos debe tenerse muy en cuenta ya que esta es limitada y específica de cada fármaco. Medicamentos liposolubles como el cloranfenicol, la rifampicina, las sulfonamidas, el trimetroprim, la ciprofloxacina, la ofloxacina, el metronidazol y la isoniacida penetran con bastante facilidad en el líquido cefalorraquídeo; mientras que las penicilinas, las cefalosporinas de tercera generación y la Vancomicina penetran de forma adecuada sólo cuando las meninges están inflamadas; sin embargo los aminoglucósidos no atraviesan la barrera hematoencefálica en ninguna de las dos situaciones anteriormente expuestas.